26 de diciembre de 2015

La psicología pop en exceso sienta mal


Steven Pinker
The better angels of our nature: Why violence has declined
(Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y sus implicaciones)

Viking, New York. 2011 
802 páginas 
A pesar de lo que podamos pensar tras ver alguno de los horrendos noticiarios de cualquier televisión española (los americanos no son mucho mejores), los que tenemos la suerte de vivir en cualquiera de los países ricos o incluso en muchos de los no tan ricos disfrutamos de una sociedad en la que la violencia física se ha convertido en algo excepcional, comparada sobre todo con cómo éramos en el pasado. 
Los mayores de 30 años podemos incluso comparar con nuestra propia experiencia y observar cómo la tasa de delitos violentos es ahora mucho menor que durante nuestra infancia, tras las décadas en que las drogas duras y cierta tolerancia con la delincuencia aconsejaban prudencia a la hora de pasear por ciertos lugares o de mostrar en público juguetes caros.

“The better angels of our nature” analiza el fenómeno del declive de la violencia, exponiendo cómo eran las sociedades humanas en términos de violencia y estudiando una serie de hipótesis sobre sus causas. Para mí es un tema de lo más interesante, así que me puse a leerlo con mucho entusiasmo.

El libro empieza muy bien, contándonos cómo eran las sociedades antiguas, empezando por las cazadoras-recolectoras: la altísima probabilidad de morir violentamente en esas idílicas tribus con taparrabos que salen en los documentales de la tele (ya comentada en “El mundo hasta ayer” de Jared Diamond, reseñada en este mismo bloj), para disminuir algo en el violentísimo mundo clásico del circo romano y la esclavitud como sistema económico por defecto, pasando por la plácida existencia medieval bajo señores de la guerra, invasiones mongolas y martillos de herejes varios, hasta evolucionar hacia la pacífica sociedad postindustrial y políticamente correcta. Se le quitan a uno todas las tentaciones de nostalgia.

Pelourinho o rollo, Estremoz (Alentejo), mayo 2015.
Además de servir para gloria y ornato de la plaza, aquí se exponían las cabezas de los ajusticiados y se administraban los latigazos y demás mesurados y proporcionados castigos.

Steven Pinker, profesional de la escritura de best-sellers de ciencia pop y ya leído en estas páginas, utiliza todas sus habilidades para que la lección entre con placer y aprovechamiento. Pero según vamos progresando y las páginas empiezan a contarse por centenares, empiezo a encontrar cosas que no me
Una de ellas es la excesiva longitud del libro, provocada en gran medida por la reiteración de fenómenos muy similares, pero a los que dedica un capítulo a cada uno, que son prácticamente fotocopias del anterior. Me refiero a los análisis de la disminución de la violencia contra las mujeres, los niños, los animales, los homosexuales… todos ellos englobados en “la revolución de los derechos”. Un poco de generalización y síntesis habría evitado leer el mismo capítulo cuatro o cinco veces.

El otro aspecto que no me gustó en absoluto fue el análisis histórico de guerras y genocidios: la parte de la “violencia” que sí viene en los libros de historia. Para empezar, es algo que podría haberse omitido, porque la violencia al por mayor relacionada con las guerras se puede separar muy bien de los comportamientos “normales” en una sociedad, como son la esclavitud, tortura y pena de muerte, asesinato del extraño, educación a base de mamporros, etc. Luego, porque esa curva descendente que resulta tan evidente en el caso de la violencia “social”, en el caso de las guerras no está tan clara, y requiere de unas aburridísimas listas (“número de conflictos” a lo largo del tiempo) y de unas farragosas justificaciones que para mí son el síntoma de que lo que se quiere demostrar no acaba de ser del todo cierto. Me dio la impresión de que todo descansa sobre la “larga paz” disfrutada en Occidente desde el fin de la II Guerra Mundial, algo que con perspectiva histórica puede acabar resultando una anomalía.

Pero lo peor de todo este análisis histórico es que es terriblemente parcial, y tiene un sesgo ideológico que apesta a diez leguas. Mientras que las reflexiones de Pinker sobre sociedades, biología, comportamientos, etc. son más o menos aplicables universalmente, cuando se mete en imperios y batallitas tiene una visión muy sesgada (sólo cita historiadores de procedencia anglosajona, de una ideología muy determinada), con muy poco respeto por los hechos. A veces es muy simplista (ventila la Guerra de los Treinta Años como pura guerra de religión, y eso en un libro que dedica docenas de páginas a episodios mucho menores es imperdonable), pero lo que más me cabrea es el criterio neocon muy en plan Fukuyama y su “fin de la historia” con el que mide los distintos episodios. Pinker sostiene que, aunque ha habido guerras siempre, para liquidar millones necesitas una ideología. Eso, que tan bien se adapta a las atrocidades de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot, no explica demasiado bien las barbaridades de Genghis Khan y otros caudillos del pasado.

En la narrativa “progreso = disminución de la violencia” que va mejorando la vida a lo largo de los siglos, habla por supuesto de la ilustración, donde mete una visión muy anglosajona -la ilustración según él tuvo raíces principalmente inglesas, y luego algunos franceses oportunistas se apuntaron al carro-, critica duramente a la Revolución Francesa, dejando en segundo término que supuso el fin del Antiguo Régimen en casi toda Europa y el reconocimiento de los derechos humanos. Luego adjudica la reacción romántico-conservadora a los alemanes, ignorando el enorme apoyo que tuvo, y sigue teniendo, en Gran Bretaña y en Estados Unidos. Pero lo que ya es para ponerse a dar gritos es poner al socialismo en la lista de ideologías romántico-reaccionarias frente a la Ilustración: ¿sabe lo que es? ¿en qué se basa? ¿este hombre se ha molestado en ir más allá de la definición de "socialismo" de la derecha americana à la Fox News?. A la hora de cargar muertos al marxismo, le añade el nazismo (así, a lo grande) y las masacres anticomunistas del Tercer Mundo.

Aquí tenemos a un hipster ejerciendo la violencia sobre un animalito.
Madrid, Museo Arqueológico. Febrero 2015.

A partir de este capítulo no me pude tomar el libro en serio, y eso que todavía me quedaba casi la mitad. Pinker, para tratar de explicar la disminución de la violencia, repasa una larga serie de justificaciones biológicas, evolutivas, psicológicas, para proceder a desmontarlas una por una. En el proceso, se mete en una orgía de psicología pop en la que no falta ninguno de los experimentos famosos (el de Stanford, el de Milgram, etc.) ni ese lugar común en todo articulillo de Politikaun, el dilema del prisionero. Para mí, una forma de llenar otras doscientas páginas con asuntos relacionados marginalmente con el tema central del libro. De vez en cuando con alguna salida de pata de banco, sobre todo cuando habla de la historia. Ejemplo: para ilustrar que el comercio disminuye los enfrentamientos, habla de cómo Suecia, Dinamarca, Holanda y España dejaron de guerrear en el siglo XVIII, transformándose en estados de comerciantes. Sí, claro. El hecho de que no hicieran más que coleccionar derrotas no tuvo nada que ver; y el único estado comerciante de la lista, Holanda, ya lo era desde mucho antes, en guerra continua hasta que le tocó perder. Considerar a los otros tres “estados de comerciantes” dice muy poco de los conocimientos de Pinker, de su editor y del robot que encuadernó los libros.

Cuando se mete en explicaciones psicológico-economicistas aparecen correlaciones fantásticas. El colmo llega cuando nos suelta una teoría haciendo equivaler los comportamientos de poco autocontrol (esos niños capaces de esperar para llevarse dos caramelos en lugar de uno) con los tipos de interés y lo ilustra con las tasas de arriendo de la tierra en Inglaterra. El bajón del siglo XIV, uno de los más violentos, que destaca en la gráfica y lo cambia todo, ¿no necesita explicación?

En el sermoncete final vuelve a las teorías iniciales, por otro lado las más evidentes, que relacionan el declive de la violencia con la tendencia a extender la civilización y los derechos de ciudadanía, los progresos en las prácticas jurídicas y la mayor prosperidad material. Menos mal.

Aunque en un libraco tan gordo siempre se aprende algo -por ejemplo: un servidor descubrió la gigantesca figura de Cesare Beccaria, al cual le deberían dedicar todas las calles y plazas actualmente nombradas en honor del general Espartero, por decir alguno-, no puedo recomendarlo, contiene demasiadas falsedades (no voy a ser tan generoso como para llamarlas "errores"). La fea cara del mainstream “liberal” americano, tan conservador cuando se pone en duda la propiedad de los medios de producción.