26 de diciembre de 2015

La psicología pop en exceso sienta mal


Steven Pinker
The better angels of our nature: Why violence has declined
(Los ángeles que llevamos dentro: el declive de la violencia y sus implicaciones)

Viking, New York. 2011 
802 páginas 
A pesar de lo que podamos pensar tras ver alguno de los horrendos noticiarios de cualquier televisión española (los americanos no son mucho mejores), los que tenemos la suerte de vivir en cualquiera de los países ricos o incluso en muchos de los no tan ricos disfrutamos de una sociedad en la que la violencia física se ha convertido en algo excepcional, comparada sobre todo con cómo éramos en el pasado. 
Los mayores de 30 años podemos incluso comparar con nuestra propia experiencia y observar cómo la tasa de delitos violentos es ahora mucho menor que durante nuestra infancia, tras las décadas en que las drogas duras y cierta tolerancia con la delincuencia aconsejaban prudencia a la hora de pasear por ciertos lugares o de mostrar en público juguetes caros.

“The better angels of our nature” analiza el fenómeno del declive de la violencia, exponiendo cómo eran las sociedades humanas en términos de violencia y estudiando una serie de hipótesis sobre sus causas. Para mí es un tema de lo más interesante, así que me puse a leerlo con mucho entusiasmo.

El libro empieza muy bien, contándonos cómo eran las sociedades antiguas, empezando por las cazadoras-recolectoras: la altísima probabilidad de morir violentamente en esas idílicas tribus con taparrabos que salen en los documentales de la tele (ya comentada en “El mundo hasta ayer” de Jared Diamond, reseñada en este mismo bloj), para disminuir algo en el violentísimo mundo clásico del circo romano y la esclavitud como sistema económico por defecto, pasando por la plácida existencia medieval bajo señores de la guerra, invasiones mongolas y martillos de herejes varios, hasta evolucionar hacia la pacífica sociedad postindustrial y políticamente correcta. Se le quitan a uno todas las tentaciones de nostalgia.

Pelourinho o rollo, Estremoz (Alentejo), mayo 2015.
Además de servir para gloria y ornato de la plaza, aquí se exponían las cabezas de los ajusticiados y se administraban los latigazos y demás mesurados y proporcionados castigos.

Steven Pinker, profesional de la escritura de best-sellers de ciencia pop y ya leído en estas páginas, utiliza todas sus habilidades para que la lección entre con placer y aprovechamiento. Pero según vamos progresando y las páginas empiezan a contarse por centenares, empiezo a encontrar cosas que no me
Una de ellas es la excesiva longitud del libro, provocada en gran medida por la reiteración de fenómenos muy similares, pero a los que dedica un capítulo a cada uno, que son prácticamente fotocopias del anterior. Me refiero a los análisis de la disminución de la violencia contra las mujeres, los niños, los animales, los homosexuales… todos ellos englobados en “la revolución de los derechos”. Un poco de generalización y síntesis habría evitado leer el mismo capítulo cuatro o cinco veces.

El otro aspecto que no me gustó en absoluto fue el análisis histórico de guerras y genocidios: la parte de la “violencia” que sí viene en los libros de historia. Para empezar, es algo que podría haberse omitido, porque la violencia al por mayor relacionada con las guerras se puede separar muy bien de los comportamientos “normales” en una sociedad, como son la esclavitud, tortura y pena de muerte, asesinato del extraño, educación a base de mamporros, etc. Luego, porque esa curva descendente que resulta tan evidente en el caso de la violencia “social”, en el caso de las guerras no está tan clara, y requiere de unas aburridísimas listas (“número de conflictos” a lo largo del tiempo) y de unas farragosas justificaciones que para mí son el síntoma de que lo que se quiere demostrar no acaba de ser del todo cierto. Me dio la impresión de que todo descansa sobre la “larga paz” disfrutada en Occidente desde el fin de la II Guerra Mundial, algo que con perspectiva histórica puede acabar resultando una anomalía.

Pero lo peor de todo este análisis histórico es que es terriblemente parcial, y tiene un sesgo ideológico que apesta a diez leguas. Mientras que las reflexiones de Pinker sobre sociedades, biología, comportamientos, etc. son más o menos aplicables universalmente, cuando se mete en imperios y batallitas tiene una visión muy sesgada (sólo cita historiadores de procedencia anglosajona, de una ideología muy determinada), con muy poco respeto por los hechos. A veces es muy simplista (ventila la Guerra de los Treinta Años como pura guerra de religión, y eso en un libro que dedica docenas de páginas a episodios mucho menores es imperdonable), pero lo que más me cabrea es el criterio neocon muy en plan Fukuyama y su “fin de la historia” con el que mide los distintos episodios. Pinker sostiene que, aunque ha habido guerras siempre, para liquidar millones necesitas una ideología. Eso, que tan bien se adapta a las atrocidades de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot, no explica demasiado bien las barbaridades de Genghis Khan y otros caudillos del pasado.

En la narrativa “progreso = disminución de la violencia” que va mejorando la vida a lo largo de los siglos, habla por supuesto de la ilustración, donde mete una visión muy anglosajona -la ilustración según él tuvo raíces principalmente inglesas, y luego algunos franceses oportunistas se apuntaron al carro-, critica duramente a la Revolución Francesa, dejando en segundo término que supuso el fin del Antiguo Régimen en casi toda Europa y el reconocimiento de los derechos humanos. Luego adjudica la reacción romántico-conservadora a los alemanes, ignorando el enorme apoyo que tuvo, y sigue teniendo, en Gran Bretaña y en Estados Unidos. Pero lo que ya es para ponerse a dar gritos es poner al socialismo en la lista de ideologías romántico-reaccionarias frente a la Ilustración: ¿sabe lo que es? ¿en qué se basa? ¿este hombre se ha molestado en ir más allá de la definición de "socialismo" de la derecha americana à la Fox News?. A la hora de cargar muertos al marxismo, le añade el nazismo (así, a lo grande) y las masacres anticomunistas del Tercer Mundo.

Aquí tenemos a un hipster ejerciendo la violencia sobre un animalito.
Madrid, Museo Arqueológico. Febrero 2015.

A partir de este capítulo no me pude tomar el libro en serio, y eso que todavía me quedaba casi la mitad. Pinker, para tratar de explicar la disminución de la violencia, repasa una larga serie de justificaciones biológicas, evolutivas, psicológicas, para proceder a desmontarlas una por una. En el proceso, se mete en una orgía de psicología pop en la que no falta ninguno de los experimentos famosos (el de Stanford, el de Milgram, etc.) ni ese lugar común en todo articulillo de Politikaun, el dilema del prisionero. Para mí, una forma de llenar otras doscientas páginas con asuntos relacionados marginalmente con el tema central del libro. De vez en cuando con alguna salida de pata de banco, sobre todo cuando habla de la historia. Ejemplo: para ilustrar que el comercio disminuye los enfrentamientos, habla de cómo Suecia, Dinamarca, Holanda y España dejaron de guerrear en el siglo XVIII, transformándose en estados de comerciantes. Sí, claro. El hecho de que no hicieran más que coleccionar derrotas no tuvo nada que ver; y el único estado comerciante de la lista, Holanda, ya lo era desde mucho antes, en guerra continua hasta que le tocó perder. Considerar a los otros tres “estados de comerciantes” dice muy poco de los conocimientos de Pinker, de su editor y del robot que encuadernó los libros.

Cuando se mete en explicaciones psicológico-economicistas aparecen correlaciones fantásticas. El colmo llega cuando nos suelta una teoría haciendo equivaler los comportamientos de poco autocontrol (esos niños capaces de esperar para llevarse dos caramelos en lugar de uno) con los tipos de interés y lo ilustra con las tasas de arriendo de la tierra en Inglaterra. El bajón del siglo XIV, uno de los más violentos, que destaca en la gráfica y lo cambia todo, ¿no necesita explicación?

En el sermoncete final vuelve a las teorías iniciales, por otro lado las más evidentes, que relacionan el declive de la violencia con la tendencia a extender la civilización y los derechos de ciudadanía, los progresos en las prácticas jurídicas y la mayor prosperidad material. Menos mal.

Aunque en un libraco tan gordo siempre se aprende algo -por ejemplo: un servidor descubrió la gigantesca figura de Cesare Beccaria, al cual le deberían dedicar todas las calles y plazas actualmente nombradas en honor del general Espartero, por decir alguno-, no puedo recomendarlo, contiene demasiadas falsedades (no voy a ser tan generoso como para llamarlas "errores"). La fea cara del mainstream “liberal” americano, tan conservador cuando se pone en duda la propiedad de los medios de producción.

21 de septiembre de 2015

Perfidia a remo y a vela

Roger Crowley
City of Fortune: How Venice won and lost a naval empire (Ciudad de fortuna: cómo Venecia ganó y perdió un imperio naval)

Faber and Faber, London, 2011.
405 páginas

Emulando a Javier Marías, hace unos días me metí en una librería de viejo de Londres, a ver qué encontraba. Mucho libraco de arte y decoración, algo de poesía, mucho thriller, y una pared entera dedicada a la historia: cuatro estanterías dedicadas a la Segunda Guerra Mundial, y una a repartir entre la historia de Inglaterra y el resto. Tuve en mis manos una enorme Historia del Imperio Bizantino, de tamaño como un tomo de enciclopedia de unos cinco kilos de peso, pero lo dejé estar por las dudas de poder meter eso en la maleta. Luego vi esto, tapa dura, prácticamente nuevo, buen precio, y al saco.

Es la primera vez que leo algo de Roger Crowley, y no creo que repita. Aficionado al mundo mediterráneo, vive en Estambul y escribe sobre bizantinos, otomanos y venecianos. Más bien, sobre batallitas en las que participan los anteriores, y alguno más, haciendo de comparsa.

City of Fortune comienza con la Cuarta Cruzada, aquella en la que los muy cristianos caballeros se dedicaron a asaltar, saquear y destruir Constantinopla, dejando las puertas de  Europa abiertas a los infieles, y que aprovechó la ciudad-estado de Venecia para quedarse con una serie de puntos estratégicos para que sus flotas mercantes y militares pudieran aprovisionarse e impedir que sus competidores, los malvados genoveses, hicieran lo mismo. Luego continúa con los interminables enfrentamientos con su rival, Génova, en el Mar Negro y Constantinopla, que culminaron con el asedio de Venecia en 1380 y derrota definitiva de los ligures. Finalmente, aparecen los turcos y vuelven los asedios y las batallas navales, esta vez menos favorables para la Serenísima.

Venecia, mayo de 2009

Cien páginas dedicadas a la Cuarta Cruzada, otras cien a las batallas contra los genoveses y otras tantas a las de los turcos, dejando el resto para contar algo (poquito) sobre las rutas comerciales, los funcionarios coloniales y la aperreada vida de los cretenses y otros pueblos sometidos. Muy poco sobre la organización social de la ciudad (quiénes mandaban, cómo se elegía el dogo, quién pagaba impuestos, etc), nada sobre las relaciones con sus vecinos italianos, y absolutamente nada sobre cómo surgió el poderío de Venecia: en 1200, que es cuando comienza el libro, ya era el único estado con una marina capaz de transportar un ejército hasta las costas de Tierra Santa. ¿Cómo llegó hasta ahí? Te quedas con las ganas, lector.

En resumen: un libro de batallitas, ameno, que se lee en tres o cuatro días y tan lleno de lagunas que al terminarlo serás más o menos igual de ignorante que cuando lo empezaste. Sabiendo lo prolijos que son los artículos wikipédicos sobre batallas, podemos sustituirlo con la lectura de los artículos de la Cuarta Cruzada, las guerras contra Génova, la revuelta de Creta, la batalla de Chioggia, la guerra contra Mehmet II y, finalmente, la batalla de Zonchio. Una pena.

8 de agosto de 2015

De los Pares de Francia y sus batallitas

Barbara Tuchman
A distant mirror: the calamitous 14th century
(Un espejo distante: el calamitoso siglo XIV)

Random House, New York, 1987
784 páginas


Hace cosa de un año leí The guns of August, la magnífica descripción de la situación en Europa en el verano de 1914. Me encantó el tratamiento en profundidad y bastante equilibrado de cada contendiente, y sobre todo la prosa ágil y amena de la autora. Como devoto seguidor de libros de historia "popular" (quiérese decir: todo aquello con más texto que notas al pie), Barbara Tuchman pronto pasó a mi panteón de historiadores favoritos.

A distant mirror es una crónica del siglo XIV en Francia. Empezó el siglo como el país más poderoso de Europa, sobre todo el norte del país (Normandía, Picardía, Champaña): unas catedrales que todavía nos asombran, comercio floreciente, la universidad de París... y lo terminó con la mitad de población, el campo arrasado y las ciudades de capa caída. Las causas, además de la archiconocida Peste Negra, fueron la degeneración del sistema feudal y ese cataclismo que en uno u otro momento afligía a todos los países europeos: la minoría de edad de los reyes, que siempre se acababa traduciendo en interminables guerras civiles. Guerras de todos contra todos: la Guerra de los Cien Años, el interminable lío italiano, intervenciones en Alemania y en Castilla, alguna cruzada por eso del toque exótico... financiadas por los pobres campesinos. La especialidad francesa era perder las batallas campales (Crecy, Poitiers, Nicópolis) por la cabezonería de sus caballeros, empeñados en cargar lanza en ristre sin importar el terreno o la preparación del enemigo.
Cuando no había guerra tampoco había descanso, pues los nobles guerreros se dedicaban al saqueo y al expolio, dejándolo todo como un solar. Para más desconsuelo, todos acabaron en el infierno: tras el Cisma de Occidente, cada Papa había excomulgado a los seguidores del otro.

 Aquí, uno de los que trabajan, ilustrando el mes de diciembre.
Catedral de Chartres. Septiembre de 2013.

Para crear un hilo conductor, además de la estructura cronológica la autora se detiene en la biografía del barón de Coucy, Enguerrand VII, uno de los más destacados pares de Francia de la época. Otros protagonistas son los reyes de Francia (Carlos VI ¡el Loco!) e Inglaterra, los muy retorcidos Visconti de Milán (con representantes tan eximios como Gian Galeazzo), los duques de Borgoña, de Berry y de Anjou, siempre conspirando contra su propio rey, y mención especial a Carlos II el Malo de Navarra. Cómo tuvo que ser para destacar de esa manera entre tanta gentuza.

La mayor parte del libro está dedicada a las guerras, alianzas, traiciones, diplomacia sibilina, animaladas  y demás entretenimientos, aunque no se hace pesado gracias a lo bien que maneja Barbara Tuchman la narración, ágil y amena. Aunque las fuentes históricas hablan, por variar, de los ricos y poderosos, encuentra la forma de detenerse en la vida de la gente "sencilla": campesinos, artesanos y burgueses, y sus intentos de cambiar las cosas, reprimidos con un salvajismo frente al que los crímenes del ISIS parecen bromitas simpáticas. Encuentra sitio para describir las tendencias a largo plazo, de centralización del poder político y de desafección respecto a la Iglesia Católica, que tiempo después darán origen a la reforma protestante: por ejemplo, la influencia de John Wycliffe dejó el terreno preparado para, un siglo más tarde, la salida de Inglaterra del redil católico. También encuentra tiempo para los lujos, pompas y boatos de las ceremonias de aquellos muy cristianos príncipes, sin olvidar de dónde salían los dineros para pagar todo aquello.

Los reinos ibéricos sólo aparecen de forma periférica: lugares donde liarla cuando hay una guerra civil dinástica, tan de moda en la Baja Edad Media. La flota castellana, aliada de Francia, aparece dedicándose al robo y al pillaje de los puertos del sur de Inglaterra, y hace su aparición estelar el sin par Papa Luna, bueno, más bien antipapa. En descargo de nuestros antepasados, hay que decir que al convocarse una cruzada contra los almohades, el rey castellano mandó para casa a los caballeros franceses, pues el salvajismo de tan nobles señores era demasiado para lo que se estilaba por aquí.

 Un rey de Francia, en la catedral de Reims.
Septiembre de 2013.

A distant mirror es un libro recomendable para todo aquel interesado en la historia, no sólo la medieval, bien contada pero sin prescindir de cierto rigor. La estructura de la obra y las virtudes narrativas de la autora hacen que se lea casi como una buena novela: un caso casi paradigmático del prodesse et delectare a que todo autor debería aspirar. Requiere una buena inversión de tiempo, que las 700 páginas no se leen solas, por lo que no está de más saber que vale mucho la pena.

Si algún fan de fantasías medievaloides tipo Juego de Tronos o El Señor de los anillos cae por esta página, le recomiendo encarecidamente que lea este libro: tiene muchas más batallitas, peor gentuza (sí, peores que los orcos, que además no dejan de ser un trasunto de las clases proletarias) y para confirmar las campañas, asedios y fortalezas basta con darse un garbeo por Google Maps.
Ah, y si después de leer obras como esta todavía hay algún partidario de la monarquía que no sea por beneficiarse personal y directamente de ese momio, es que no ha entendido nada.

12 de julio de 2015

Las malas bestias, ¿nacen o se hacen?

Francisco Veiga
La trampa balcánica. Una crisis europea de fin de siglo.


Grijalbo. Barcelona, 1995. 398 páginas.



Debería haber leído este libro antes que La fábrica de las fronteras, pero uno se va enterando de las cosas de forma anárquica y aleatoria. En una nota en La fábrica de las fronteras, Francisco Veiga decía que ya había analizado las raíces económico-sociales de los enfrentamientos balcánicos en La trampa balcánica: veamos si es así.

La trampa balcánica fue publicado en 1995, cuando todavía no habían concluido las guerras de Croacia y Bosnia (episodios tan cruciales como la Blitzkrieg croata que reconquistó la Krajina y Eslavonia todavía no se había producido) y la de Kosovo no había empezado. Pero eso no le quita valor, ya que la prudencia de Francisco Veiga al realizar afirmaciones hace que no tenga que desdecirse de ninguna; más aún, la visión crítica ante el relato periodístico de las atrocidades yugoslavas tiene mucho más mérito en plena guerra que 20 años más tarde, cuando es mucho más fácil llevar a cabo un análisis reposado, para el que además se dispone de mucha más información. Por supuesto, para el relato completo de las guerras yugoslavas, lo ideal es recurrir a La fábrica de las fronteras.

El propósito declarado de este libro es analizar las causas profundas de las guerras civiles a las que se estaban dedicando los yugoslavos con gran entusiasmo mientras el profesor Veiga, historiador especializado en Europa del Este, lo escribía. No se limita a la antigua Yugoslavia, sino que estudia todos los países balcánicos: Grecia, Rumanía, Bulgaria, Albania y Yugoslavia, todos ellos surgidos de la descomposición del imperio otomano durante el siglo XIX. De forma cronológica, Veiga repasa la historia de los estados mencionados desde su independencia hasta la actualidad.

En cuanto a entretenida y absurda, me quedo con la historia de Grecia, y no sólo por haberse convertido en el país de moda al ser rescatado con un salvavidas de plomo: esa manía con meterse en guerritas contra los turcos una y otra vez durante todo el XIX, para que tuvieran que aparecer una y otra vez ingleses y franceses para evitar el desastre, darles un pescozón y hasta la siguiente. Y no han terminado: véase su ejemplar comportamiento con Macedonia, a la que no conceden ni un poquito de esa generosidad que piden al resto de Europa. En fin, que me voy por las ramas.

Una observación que Veiga no menciona es el paralelismo entre los estados balcánicos y los países aparecidos en África y Asia tras la descolonización: fronteras un tanto absurdas, ausencia de una clase dirigente mínimamente solvente, pues el país colonizador usaba la minoría étnica de turno para la administración y el comercio, inexistencia de centros de educación superior, y un corolario de guerras, golpes de estado y demás entretenimientos en las décadas que siguen a la independencia, con continua injerencia de las potencias extranjeras. Da la impresión de que la mayoría de los países necesitan un tiempo de masacres y desgracias hasta que las estructuras de poder se afianzan y se convierten en un factor de estabilidad, si los demás se lo permiten. Parece ser que en la mayor parte de África hay mucha gente empeñada en que tal cosa no ocurra.



Mirad lo que pasa si os ponéis en plan nacionalista, niños.
Roma, octubre 2007

La mayor parte de La trampa balcánica está dedicada a un largo recuento de guerras, gobiernos, partidos, dictaduras, estrategias y purgas. Mucho nombre propio, mucho de lo que se suele conocer como política, poco sobre la economía y la sociedad. Aunque está bien escrito y el autor lo hace interesante (me recuerda mucho a los capítulos sobre Europa del Este de la magna Postguerra de Tony Judt), tanta política hace que quede muy poco espacio para discutir si esa afición a masacrarse es heredada o aprendida, o sea, si son así de salvajes o se puede explicar analizando la economía y la sociedad balcánicas.

Ese análisis, que me habría gustado que fuera mucho más extenso, lo desarrolla en dos partes: primero, argumentando que las burradas de las guerras de Croacia y Bosnia no son nada excepcional, basta compararlas con Argelia, Palestina, partición de la India, dictaduras del Cono Sur, guerra civil española, Nigeria, Suráfrica, tralará lará y etc. Que el muerto de la foto sea un niño rubito y no negro o asiático no tiene por qué dar más puntos al asesino.
La segunda gran tesis es que la causa de la guerra está en el surgimiento de una clase media de funcionarios y técnicos en todos los países comunistas, una clase social bastante numerosa y muy influyente, que reaccionó cuando todo se vino abajo al caer los regímenes y desfondarse la economía. En Yugoslavia todo eso se combinó con una "descentralización sin democracia" en la que en cada república federada se creó una élite local muy ocupada en mantener a los caciques y clientelas, sin ningún contrapeso, y en la que la forma más fácil de arañar recursos era quitándoselos al vecino; de ahí que a la muerte de Tito todo se desmadrase y se recurriera al nacionalismo como una forma de enardecer a las masas.

A mí me convence, aunque tengo que decir que siempre he estado predispuesto a rechazar las explicaciones basadas en el carácter nacional: llevo muy mal cuando un europeo del norte suelta cualquier chanza basada en la siesta, los toros o la "pasión". Claro que no todos los idiomas tienen una palabra para el concepto "pila hecha con los cráneos de los enemigos" como el turco, el serbo-croata, el búlgaro y el rumano, como el viejo ejemplo de los esquimales y su vocabulario para los distintos tipos de nieve. Pero como dije antes, le falta desarrollo: me habría gustado leer más explicaciones alternativas y su refutación, siguiendo la estructura clásica del ensayo. De todas formas, va mucho más allá de todo lo que me he encontrado hasta ahora, sobre todo en la prensa... no escupo en el suelo porque la alfombra no se va a limpiar sola.

- . - . -

Para terminar, una comparación entre el sistema de bibliotecas públicas de dos ciudades: Madrid (3.165.235 habitantes, PIB per cápita 29.576 euros), con unas bibliotecas de barrio diminutas y mal dotadas, y Ávila (58.933 habitantes, PIB per cápita 19.011 euros) con una Casa de la Cultura soberbia en la que es posible encontrar libros como éste, ya descatalogado y no disponible en formato electrónico. No creo que haya una comunidad autónoma que siendo tan rica tenga unos servicios públicos tan rematadamente malos como Madrid, que eso sí, tiene muchos túneles e instalaciones olímpicas pudriéndose.

3 de julio de 2015

Diez años de catástrofe

Francisco Veiga
La fábrica de las fronteras. Guerras de secesión yugoslavas 1991-2001

Alianza Editorial. Madrid, 2011.
388 páginas.



Después de leer esta magnífica entrevista, me sentí con muchas ganas de leer algo del profesor Veiga. ¿Un historiador especialista en Europa del Este, no anglosajón, que escribe en mi idioma, y además sobre un tema que me interesa tanto? Son demasiados puntos a favor como para dejarlo pasar.

Cualquiera que se ponga a bucear por el archivo de este blog (ya sé que no lo hará nadie, pero permítanme este recurso retórico) verá que soy un tanto propenso a leer a historiadores anglosajones: Tony Judt, Eric Hobsbawm, Barbara Tuchman, Robin Lane Fox... Todos magníficos, pero por desgracia ya fallecidos. Según nos acercamos a la historia contemporánea, en estos tiempos de neocons y globalización-de-esa-manera, hay mucho peligro de caer en las garras de cualquier exégeta de la Pax Americana, y mira que nos han demostrado veces lo mal que llevan no tener delante a un Eje del Mal que les pare un poco los pies. Por tanto, no viene mal desintoxicarse leyendo a alguien de distinto origen.

La década de masacres, intoxicaciones informativas, intelectuales llorosos y chapuzas de la "comunidad internacional" coincidió con un tiempo en el que servidor veía noticiarios en la tele y leía aplicadamente la prensa seria, inocente que era uno. Por eso recuerdo bastante vívidamente cómo nos iban llegando los ecos de las declaraciones de independencia, limpiezas étnicas, profecías terribles que se cumplían con creces, columnistas rasgándose las vestiduras y próceres bastante repulsivos. Muchos años después, y este libro lo confirma, comprobamos que las historias más verídicas eran ficciones como la genial Underground, y no esos editoriales en los que algún intelectual orgánico entonaba una vez más el "hay que hacer algo" que curiosamente tiende a favorecer a uno de los bandos.

 Fuencarral (Madrid), 2009

La fábrica de las fronteras comienza con la brevísima guerra que se saldó con la independencia de Eslovenia, en 1991, y concluye con el sofocamiento del levantamiento de la minoría albanesa de Macedonia, en 2001. En medio, la secuencia, conocida por todos, de guerras en Croacia, Bosnia y Kosovo, con episodios tan famosos como los sitios de Vukovar y Sarajevo, la masacre de Srebrenica o el bombardeo de la embajada china en Belgrado. Francisco Veiga presta mucha más atención a las maniobras políticas y diplomáticas que a los aspectos militares o a las causas más profundas de la guerra; en un aparte dice que las causas estructurales ya las trató en otro libro, La trampa balcánica, que por tanto se pone en cabeza de mi lista de libros pendientes de leer. La parte militar me parece suficientemente bien cubierta (las batallitas para mí hacen bueno el refrán lo poco agrada, lo mucho enfada), y el aspecto político-diplomático lo aborda magníficamente: desde los preparativos -pactos estilo Molotov-Ribbentrop como el de Milosevic y Tudjman para repartirse Bosnia- hasta la manipulación de la opinión pública, pasando por la patética participación de la comunidad internacional, entre una Europa tan inoperante como siempre y unos Estados Unidos que tras la desaparición de la Unión Soviética estaban cogiendo gusto a eso de pasearse cual elefante en un almacén de botijos.

No tengo costumbre de leer análisis de este tipo, siempre he preferido historiadores de la escuela marxista, que prefieren basar los hechos históricos en el sustrato geográfico y económico. Sin embargo, he devorado La fábrica de las fronteras con gran placer; también, por supuesto, porque puedo comparar las afirmaciones del autor con mis propios recuerdos, además de que la distancia temporal y la evolución posterior de unos y otros ayudan mucho a poner las cosas en perspectiva. Por tanto, es una obra a recomendar, y seguiré buscando más libros del autor.

Algo muy cabreante es la pésima calidad de la información que recibimos en su día a través de la prensa, en una época en que todavía Internet y sus estúpidas decisiones no les habían arruinado. ¿De qué sirve que haya corresponsales en la zona de conflicto, reporteros cubriendo ruedas de prensa, experimentados redactores en la sede del periódico y sabios columnistas, si luego se van a dejar manipular igual que cualquier inocente? O bien, ¿tanto dependen del "establishment" que tienen que marcar la línea ideológica también en temas lejanos, que no nos afectan más que muy indirectamente? Es para mandarlos a la mierda (como todos los millones de lectores que les han abandonado), sobre todo porque siguen haciendo lo mismo, vean por ejemplo la lamentable cobertura de la guerra civil en Ucrania -y termino con otra recomendación: este documental, hecho por el periodista español Ricardo Marquina sobre el terreno.

27 de abril de 2015

Estudiando la desigualdad

Thomas Piketty
Capital in the Twenty-First Century
(El capital en el sigo XXI)


Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 2014
685 páginas


Me acerqué a este libro con reticencia. Tras leer a tanto economista pontificador se iban coagulando en mi cabeza las siguientes ideas:
- ¿Por qué hay tanto economista diciendo lo que tenemos que hacer? Sobre todo, ¿por qué tratan siempre de ocultar que lo que predican es economía política, poniendo mucho énfasis en lo de "política", y no sabias conclusiones libres de sucios intereses?
- Tantas cosas he leído sobre este libro que, ¿me va a decir algo nuevo?
- 685 páginas de economista, uf y buf

La entusiasta recomendación de mi hermano me hizo darle una oportunidad, y de una forma bastante indolora me encontré avanzando entre los doctos razonamientos del señor Piketty. Se trata de un libro escrito para el gran público, con el hilo de la argumentación expuesto de forma clara y con ejemplos sacados de la literatura (Jane Austen, Balzac) que ilustran muy bien las tesis que quiere demostrar.

Dichas tesis son bien conocidas: cuando el rendimiento del capital supera al crecimiento de la economía, una minoría tiende a acumular más y más riqueza, hasta llegar a extremos aberrantes de desigualdad. Piketty dedica cientos de páginas a explicar por qué es así, y a respaldar con datos cómo esa situación se produjo en Europa en el siglo XIX, tuvo una reversión durante la catástrofe de las dos guerras mundiales, y vamos camino de lo mismo, otra vez a una sociedad de rentistas ociosos y trabajadores mucho más pobres. Utiliza datos históricos sobre todo de Francia y algo menos de Inglaterra y Estados Unidos: registros de herencias e impuestos sobre la renta y sobre el patrimonio.

Todo esto ya lo sabe cualquiera que haya leído periódicos en los últimos dos años. Pero en 685 páginas (alguna menos, pues las notas ocupan su sitio) cabe mucho más. Por ejemplo, ¿qué es mejor para la clase social dominante, que las necesidades del Estado se cubran subiendo los impuestos, o aumentando la deuda pública? se puede parafrasear como ¿qué prefieres, despedirte del 20% de tus riquezas para pagar la campaña napoleónica o prestársela al Estado y que tú y tus descendientes estéis cobrando un 5% anual para siempre? Pensemos en Estados decentes, de los que pagan sus deudas, no de los que van de bancarrota en bancarrota hasta la victoria final. También son muy interesantes las reflexiones sobre la influencia de la inflación en la desigualdad ¿la aumenta? ¿la reduce?, y la de los impuestos. Y que no sólo hay que mirar las diferencias de ingresos, sino las de riqueza, que siempre han sido mucho más sangrantes y por el camino que vamos cada vez lo van a ser más.

 Madrid, abril de 2015

Las reflexiones sobre cómo ha ido evolucionando la tolerancia social hacia las desigualdades heredadas, y ahora con esta "meritocracia" en la que la mejor forma de predecir la riqueza de una persona es a partir de los bienes de sus padres, son muy útiles a la hora de argumentar por qué la desigualdad extrema es mala, una conclusión moral a la que llega ya en la última parte del libro. Termina con una propuesta utópica para reducirla: una tasa internacional al capital, que corrija la tendencia a que la desigualdad se agudice, y, aunque utópica, sirve para medirla contra otras propuestas y para tener un objetivo hacia el que progresar.

Este Capital ha sido un libro que he disfrutado por la calidad de la escritura y por el tono didáctico del autor, que solamente al final se pone el traje de hacer recomendaciones, las cuales son muy poco revolucionarias: ese utópico impuesto al patrimonio no supera el 1%, por lo que difícilmente lo podremos llamar "confiscatorio". Lo recomiendo sin reservas, y si pueden leerlo robando tiempo a la lectura de columnistas, mejor. Un servidor, desde que dejó la suscripción a The Economist, se encuentra mucho más tranquilo y se siente mejor informado.

Una reflexión a modo de cierre: ayer hablando con unos amigos coincidíamos en que no acabamos de entender cómo ese 1% dueño del 30% de la riqueza y que vive la mar de bien, en lugar de tratar de preservar este sistema que tan bien les funciona, lo lleva más al límite, como si los que más tienen que perder quisieran hacerlo reventar: 1789, 1917 ¿no les han enseñado nada?

24 de febrero de 2015

Una pequeña maravilla

Fernando Aramburu
Años lentos

Tusquets. Barcelona, 2012
219 páginas.

Unas breves notas sobre esta novela, que me ha encantado.

Un niño se va a vivir a casa de sus tíos, en un barrio humilde de San Sebastián. Corre el año 1969, crucial en el nacimiento de ETA, y, aunque ese fenómeno se refleja en la novela (cura ultranacionalista, huida a Francia para escapar de las palizas de la policía), no es lo que más me ha atraído de Años lentos. Lo mejor, y para eso creo que Fernando Aramburu es un verdadero maestro, es cómo capta la vida diaria, las amarguras que sufre la familia protagonista y la derrota vital de algunos personajes. El punto de vista del narrador infantil es perfecto para este retrato de cómo era la vida en un barrio obrero a finales del franquismo.

Años lentos está estructurado como si fuera una recopilación de notas preparadas para convertirlas en una novela: transcripciones de entrevistas al protagonista y notas del propio escritor. Un truco que le presta mucha agilidad y brevedad, y me ha gustado cómo funciona, aunque supongo que es un recurso que se puede utilizar una sola vez.

Concluyendo: una pequeña maravilla que me alegro muchísimo de haber cogido del estante de la biblioteca de un barrio no muy distinto del de Ibaeta.

Ávila, enero de 2015

27 de enero de 2015

De aquellos polvos

Gregorio Morán
El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados: cultura y política en España, 1962-1996

Akal. Madrid, 2014. 826 páginas
1177 gramos

Además de seguir fielmente su columna de los sábados en La Vanguardia, hace menos de un año leí su biografía de Adolfo Suárez, que me entusiasmó, por lo que al enterarme de la cercana publicación de un libro sobre los intelectuales españoles de los últimos años por mi reverenciado Gregorio Morán, lo puse en lugar destacado de mi presupuesto, desplazando un año más a Schopenhauer. Poco después sucedió el patético ejemplo de censura editorial, al no querer arriesgar Planeta la pasta gansa que se saca por publicar el diccionario de la Real Academia, y Gregorio se hartó a dar entrevistas por medios interneteros (yo vi una presentación de este libro en una librería de Barcelona, cargada de ricas anécdotas, y un patético "debate" con Juan Carlos Monedero en el que cada uno iba muy a lo suyo). Tardó en encontrar editorial aproximadamente lo que tarda la luz en cruzar el diámetro del cráneo del gorrión medio, así que salió a tiempo para la campaña de Navidad, y allá por San Silvestre cayó en mis manos un ejemplar.

Qué feo es el maldito ladrillaco. Ya sé que no tuvieron mucho tiempo, pero la portada es un atentado a la tipografía de los que hacen brotar las lágrimas al más encallecido usuario de Comic Sans. Puse las guardas fuera de mi vista, me agencié un cojín para apoyarlo y no sufrir calambres en los brazos, y a leer.

El cura y los mandarines, como a estas alturas sabrán hasta los pajarillos y los lirios del valle, es un repaso de los intelectuales españoles del tardofranquismo y la transición. Gregorio Morán estuvo una década trabajando en él, y aparece en un momento muy bueno, en el que los pobres inocentones comprobamos que en este desgraciado país no hay una institución que merezca salvarse de la quema. Otros utilizan su infinita hipocresía para ganarse unas perrillas a costa del cabreo general, que ya tienen muy aprendido cómo hacerlo.

Cada capítulo del libro gira en torno o bien a un hecho destacado cultural (un simposio, un congreso, una exposicón) o político (contubernio de Munich, 25 años de -ejem- paz, estado de excepción) o bien a un personaje clave, como Luis Martín Santos, Camilo José Cela o el diario El País. Están ordenados cronológicamente, y como hilo conductor se recurre a la figura de Jesús Aguirre, que empezó de sacerdote jesuita (el cura del título) y terminó de Duque de Alba, y estaba metido en casi todos los fregados de índole cultural.

Los mandarines, como el lector puede suponer, son todos aquellos con influencia en el mundo de la cultura, no necesariamente brillantes o que hayan dejado alguna huella fuera de su familia, cincuenta años después. El libro tiene un índice onomástico de 35 páginas de letra apretada, así que cabe mucha gente. Tanta, que a veces un servidor se preguntaba si no habría sido conveniente filtrar un poco tal aluvión, con el beneficio añadido de aligerar el tocho.
Una vez hechas las presentaciones, me he permitido la licencia de retratar a los protagonistas:

Si prometo que no lo volveré a hacer, ¿dejarán de atizarse cabezazos contra la mesa?

Estoy seguro de que la gente de la quinta de mi padre, por ejemplo, podrá sacar mucho más jugo a los capítulos dedicados al franquismo -aproximadamente los dos primeros tercios-. Un servidor sólo fue capaz de reconocer parte de los personajes que aparecen, unos sufriendo y otros medrando en ese ambiente tan nocivo del nacionalcatolicismo obligatorio. Gregorio Morán saca el hacha de guerra y reparte mandobles sin piedad entre tanta gentuza luego reconvertida en vaca sagrada, aunque reconoce los casos de necesidad tras sufrir la represión y la cárcel -José Hierro- o los de brillantez creativa -Luis Martín Santos-. De todas formas, se me hizo muy largo, y creo que se mete demasiado en detalle, habiendo capítulos que yo habría descartado por completo, como por ejemplo el dedicado a la vida intelectual en Santander durante los primeros 60: puede tener sentido contarnos cómo era el medio ambiente en que nació y creció el cura de marras, pero a base de meterlo todo terminamos con 800 páginas.

He disfrutado mucho más de los capítulos dedicados a una figura intelectual, como Cela o Max Aub, que los que enumeran docenas de señores con nombre y dos apellidos que participan, o influyen, o cobran por pasarse por ahí, en la conferencia de turno. En alguno, como el fresco de la intelectualidad oficial en la Barcelona de 1964 (capítulo 15), me costó bastante trabajo vadearlo. Pero si el objetivo es mostrarnos cómo era el desierto intelectual de la dictadura, y las figuras que medraban allí, lo consigue de sobra.

Cuando por fin llegamos a la Transición, El cura y los mandarines se vuelve mucho más interesante, utilizando el flamante diario independiente de la mañana “El País” como hilo conductor de esa conversión de los mediocres que habían disfrutado de sinecuras durante la dictadura (Julián Marías, Francisco Umbral, Haro Tecglen, Máximo) en los flamantes mandarines de la nueva democracia. Gracias, entre otras cosas, al olvido interesado de los intelectuales del exilio, que les habrían dado mil vueltas de no haber sido preteridos hasta que la edad les convirtió en inofensivos.Esta columna demoledora del mismo Gregorio Morán a propósito de la santificación de Haro Tecglen lo dice todo.

Lo malo, para mí por lo menos, es que cuando llegamos a la época en que ya empezaba a tener uso de razón, al autor le entran las prisas y ventila los años 80 y la mitad de la década de los 90 en dos patadas, centrándose mucho más en las grotescas aventuras del Duque de Alba pillando sillones en todas las Academias, y pasando bastante por encima del desastre que fue para la cultura española la compra al por mayor por parte de las instituciones. Hay buenos momentos, como la lista de intelectuales del pesebre que suscriben manifiestos a favor de la OTAN en el referéndum de 1986 o el detallito de Jorge Semprún, viejo luchador antifascista y ministro de cultura, cesando a 18 altos cargos de su ministerio por firmar un manifiesto contra la primera guerra del Golfo.

 Al asalto de la Real Academia - otra institución que bien nos podríamos ahorrar

Tengo que decir que este libro me ha dejado sensaciones contrapuestas. Por un lado me parece una obra útil, muy extensa y ambiciosa, buena para saber qué hicieron aquellos que desde pequeñitos nos dijeron que eran la honra y prez del país; pero por otro lado me ha decepcionado que se haya centrado tanto en la década de los 60 y tan poco en las posteriores. Que la cultura en una dictadura militar-católica queda reducida a una caricatura anacrónica y cutre hasta el delirio se entiende rápido; pero que del fermento ilusionante que surgía por todas partes al morir Franco, la apertura al exterior, el convertirse en uno de los países de moda, el bienestar material, etc. sólo haya quedado la mierda que conocemos, eso requiere un análisis con más detenimiento. No es que se pase totalmente de largo, por ejemplo la operación por la que surgió ese "intelectual colectivo" llamado 'El País' recibe un capítulo entero, muy bueno para saber sus orígenes de la más pura y rancia derecha, y su apego a quien sea el que mande.

Me gustó el capítulo dedicado al filósofo comunista Manuel Sacristán: un ejemplo de intelectual brillante e íntegro, combinación que le llevó a la pobreza y al ninguneo tanto con la dictadura como con eso que vino después. A los mediocres que se ocuparon de cerrarle todas las puertas se les dedicaron calles e institutos, pero está muy bien que se sepa que se podía actuar de otra manera, y que la vida cultural en España podría haber sido muy diferente de haberlo hecho así.

Por último, dos palabras sobre el estilo: una de las cosas que me gustan de Gregorio Morán es que no se anda con rodeos. Si el personaje X es un capullo, pues se dice y ya está. Tanto epíteto puede parecer demasiado tajante, pero es que si se hubiera andado con rodeos y justificando cada calificativo, en lugar de 800 páginas tendríamos 8.000. Y tampoco habría estado de más un poco de tijera y de labor editorial: además del fárrago en que se convierten algunos capítulos, difíciles de seguir el hilo, hay repeticiones innecesarias que sólo se explican porque cada capítulo se escribió por separado. ¿Cuántas veces se dice que la provincia de Santander ahora se llama Cantabria, pero entonces no? Se trata de un ejemplo tonto, pero que un editor debería haber detectado y eliminado.

Conclusión: no me arrepiento del mes de lectura intensiva, pero no me ha entusiasmado tanto como podría. Y qué pena de país, qué pena, madre.

25 de enero de 2015

Una vuelta por El Pardo

Hay veces que, aunque la sierra está cubierta de nieve y hielo y el cielo despejado invita a conquistarla, no puede uno convocar una cuadrilla animosa y sufrida para subir a lo más alto; y lo de ir solo, pues lo dejamos para los que quieren que su cadáver congelado aparezca en las pesadillas de quien lo encuentre unas semanas más tarde. En resumen, que hoy tuve que tirar de plan B.

Cual Bois de Vincennes castizo, en el límite norte del municipio de Madrid hay un antiguo coto de caza de los reyes de Castilla, más conocido por un palacio desde donde gobernó largos años el Caudillo; en otro paraje del mismo coto nos sigue gobernando su sucesor, queridos co-súbditos. Hablo, cómo no, del monte de El Pardo, que a pesar de su antiguo inquilino y de todos los cuarteles y demás instalaciones del aparato represor, es un bonito bosque mediterráneo ideal para estirar un rato las piernas.

He seguido la ruta propuesta por mi amigo Juande en su blog, que incluso tiene publicado el track para cargarlo en el GPS. Yo me las arreglé para despistarme en todas y cada una de las bifurcaciones, por lo que me quedó un recorrido de lo más barroco, y probablemente tardé un poco más de la cuenta. Además de por cierta tontuna innata, porque me llevé una cámara de fotos y claro, se despista uno un poco mientras anda a la búsqueda del encuadre perfecto.

Datos medidos con el GPS:

  • Distancia: 12,5 km
  • Tiempo andando: 2h 40'
  • Tiempo parado: 1h
El recorrido empieza y termina en el pueblo de El Pardo, que además de la residencia caudillesca tiene así como cuatrocientos restaurantes. Bajamos por el bonito soto a orillas del Manzanares (en serio: tiene que ser un sitio muy bueno para ver pájaros llegada la primavera) hasta llegar al puente del ferrocarril, para internarnos en el encinar dando un largo rodeo hasta volver al punto de partida.

Obsérvesen esos "rabitos" que salen en cada curva pronunciada del camino. En fin.

El perfil, como el pasillo de casa el día que se arruga un poco la alfombra y nos vamos de morros con la bandeja del café:

Cien metros de desnivel: una aterradora sima, vamos

Ahora pondré unas cuantas fotos. Me he agenciado un aparatejo de esos EVIL del que, además de su reducido peso y tamaño, me interesaba comprobar el rango dinámico de su sensor, sobre todo comparado con el de mi vieja reflex, con la que si expones para las luces altas, tendrás sombras más oscuras que el futuro del PASOK. En ese sentido, difícil encontrar medio más exigente que un día claro de invierno como hoy, con una luz enloquecida capaz de cortar los metales. Vamos allá (haz click sobre la foto que quieras ver a un tamaño decente):

¿Grullas? Puede. 24 mpix dan mucho juego para recortar

Prueba de que la capi no queda muy lejos

Jugando con el enfoque selectivo del 30 mm f/2.8. Bonito bokeh.

Aquí empezamos a ponernos exigentes, y la cámara responde: ver detalle hasta en el tronco de las encinas es BIEN. La técnica ha avanzado en los últimos 10 años.

Entre el verde grisáceo de las encinas y el pardo del terreno, el único color de este paisaje donde se ve el Guadarrama tan nevado es el azul del cielo. Funciona mejor en blanco y negro.

Más alto contraste con éxito, muy cerca ya del final de la ruta.


4 de enero de 2015

Cumbres de Gredos

Qué suerte tiene la sierra de mi tierra que su nombre inspira las creaciones más sublimes, valga como ejemplo el delicioso caldo que primorosamente envasado ilustra esta entrada. Sí, el cartón de la izquierda.

La ruta de hoy consistió básicamente en vagar a ambos lados del Puerto de Candeleda, aprovechando que con la nieve, el hielo y unos buenos crampones no hacen falta senderos. Salimos del aparcamiento de La Plataforma, directamente hacia el sur hasta casi llegar al puerto, nos desviamos a la izquierda y subimos la primera de las cumbres (2200 m) camino de La Mira, que será el destino de alguna futura excursión. Luego retrocedimos hacia el puerto y seguimos hasta el Morezón (2400 m), y desde allí iniciamos el regreso.

Con este tiempo de heladas y sol, por la mañana se andaba muy bien gracias a los crampones, pero al avanzar el día las laderas se convertían en un penadero de nieve derritiéndose, con una consistencia similar al lodo. Un poco cansado subir en esas condiciones, pero con paciencia y algún exabrupto que otro todo se consigue.

La ruta que acabo de describir.
Al sur, al este, luego al oeste y volver hacia el norte: fácil, ¿no?

Datos medidos con el GPS:
  • Distancia: 17 km
  • Tiempo andando: 4h 50'
  • Tiempo parados: 1h 30'


El perfil de la etapa. A lo tonto, acumulamos un desnivel de 1089 metros.


Vista del Circo de Gredos desde el pico Morezón, la mayor altura alcanzada hoy.


1 de enero de 2015

El cine en 2014

Sigue el proyecto iniciado en 2012 y continuado en 2013, con un pequeño cambio: elimino la categoría "obras maestras", que carece de sentido. No olviden que este experimento supone simplemente registrar la evolución temporal de las películas que se han cruzado en mi camino, y qué me ha parecido cada una en plan reacción instintiva, subjetiva y probablemente muy convencional: no esperen grandes sorpresas ni justificaciones.

Antes de ponerme a contar las películas, me parecía que este ha sido un año muy bueno, con unas cuantas películas que me entusiasmaron, entre las que destaco Boyhood: me acerqué a ella con mil prevenciones, y me conquistó por completo. Una vez puestos a hacer números, sale esto:


Un año mejor que 2013, en el que parece que mi olfato para detectar mierdas ha mejorado, cambiando la proporción en favor de la decencia.

Si pasamos a valores absolutos, la cosa es más favorable a este año, pues he contemplado
mucho más cine. Más películas buenas, que es lo que importa.

La cosecha del 2014 ha sido buena. Regocijémonos.

Buenas: terminé muy contento después de ver la película.
- Mud (Jeff Nichols, 2012)
- Blue Jasmine (Woody Allen, 2013)
- Grindhouse (Quentin Tarantino, 2007)
- The Hunt (Thomas Vinterberg, 2012)
- Citizen Ruth (Alex Payne, 1996)
- Nebraska (Alex Payne, 2013)  
- The wolf of Wall Street (Martin Scorsese, 2013)
- American Hustle (David Russell, 2013)
- Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée, 2013)
- La grande bellezza (Paolo Sorrentino, 2013)
- The Grand Budapest Hotel (Wes Anderson, 2014)
- El viento se levanta (Hayao Miyazaki, 2013)
- Quai d'Orsay (Bertrand Tavernier, 2013)
- Återträffen (Anna Odell, 2013)
- How to Make Money Selling Drugs (Mathew Cooke, 2012)
- The Selfish Giant (Clio Barnard, 2013)
- Tim’s Vermeer (Pen Jillette, 2013)
- Der Baader-Meinhof Komplex (Uli Edel, 2008)
- Boyhood (Richard Linklater, 2014)
- A most wanted man (Anton Corbjin, 2014)
 
Decentes: me meto en la historia, llega a interesarme pero no salgo entusiasmado. Eso sí, pasé un buen rato y no tuve la impresión de haber perdido el tiempo.
- The Spectacular Now (James Ponsoldt, 2013)
- The Broken Circle Breakdown (Felix Van Groeningen, 2012) 
- Inside Llewyn Davis (Coen brothers, 2013) - esperaba mucho más de esta
- Le prénom (Alexandre de La Petellière, 2012)
- Captain Phillips (Paul Greengrass, 2013)
- Gloria (Sebastián Lelio, 2013)
- 12 years a slave (Steve McQueen, 2013)
- Rush (Ron Howard, 2013)
- The Secret Life of Walter Mitty (Ben Stiller, 2013)
- Saving Mr. Banks (John Lee Hancock, 2013)
- The Monuments Men (George Clooney, 2014)
- Like Father, Like Son (Hirokazu Kore-eda, 2013)
- The Lego Movie (Phil Lord, 2014)
- Rob the Mob (Raymond de Felitta, 2014)
- Bad Words (Jason Bateman, 2013)
- Blue Ruin (Jeremy Saulnier, 2013)
- A touch of sin (Jia Zhang-ke, 2013)
- Night Moves (Kelly Reichardt, 2014)
- Ida (Pawel Pawlikowski, 2014)
- Vi är bäst! (Lukas Moodysson, 2013)
- Ilo Ilo (Anthony Chen, 2013)
- Jersey Boys (Clint Eastwood, 2014)
- Diplomatie (Volker Schlöndorff, 2014)
- Deux jours, une nuit (Jean-Pierre & Luc Dardenne, 2014)
- Joe (David Gordon Green, 2013)
- Oh Boy (Jan Ole Gerster, 2012)
- Jimmy’s Hall (Ken Loach, 2014)
- Calvary (John Michael McDonagh, 2014)

Flojas: pasé un rato entretenido, como mucho, pero habría sido mejor dedicarme a cazar piojos o a sacar brillo a la plata.
- Enough Said (Nicole Holofcener, 2013)  
- Last Vegas (Jon Turteltaub, 2013)
- Philomena (Stephen Frears, 2013)  
- All is lost (J.C. Chandor, 2014)
- La vie d'Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013)
- Her (Spike Jonze, 2013)
- Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013)
- Only lovers left alive (Jim Jarmusch, 2013)
- The Double (Richard Ayoade, 2013)
- Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez Lázaro, 2014)
- Enemy (Denis Villeneuve, 2013)
- Le Week-End (Roger Michell, 2014)
- Belle (Amma Asante, 2013)
- The Immigrant (James Gray, 2014)
- Chef (Jon Favreau, 2014)
- Fed up (Stephanie Soechtig, 2014)
- Magic in the moonlight (Woody Allen, 2014)
- Third Person (Paul Haggis, 2013)

Horrendas: total y absoluta pérdida de tiempo. Vaya mierdas.
- Elysium (Neill Blomkamp, 2013)
- The world's end (Edgar Wright, 2013)
- Stalingrad (Fedor Bondarchuk, 2013)
- Neighbors (Nicholas Stoller, 2014)
- The Obvious Child (Gillian Robespierre, 2014)
- Manakamana (Stephanie Spray, 2013)
- Filth (John Baird, 2013)