9 de noviembre de 2014

A buenas horas, mangas verdes

Antonio Muñoz Molina
Todo lo que era sólido

Seix Barral. Barcelona, 2013
256 páginas

Más de un año después de haber leído el despelleje que en mi admirada La Página Definitiva hicieron al pobre Antonio Muñoz Molina por haberse atrevido a publicar esto, cayó en mis manos un ejemplar. Mis genes masoquistas tomaron el control de mi voluntad, y me puse a leerlo. Tomando notas, porque lo merece.

Los primeros capítulos son muy cabreantes. A base de preguntas retóricas y generalizaciones, y el abuso de la primera persona del plural, todos los habitantes de España entre 2000 y 2008 somos calificados de ingenuos o de subnormales, no sé qué es peor. Sale con que el dinero caía del cielo, que "no reparábamos en...", y yo recuerdo las largas conversaciones con mis amigos sobre la subida exagerada de los precios de la vivienda, sueldos congelados, salvajadas urbanísticas y corrupción evidente, y enseguida empiezo a imaginar conversaciones con el autor. Todas empiezan por un "Mira, bonito..." y acaban bastante mal.
Quizá porque mi generación ha sido víctima del ciclo burbuja-crisis -la burbuja nos pilló cuando había que sentar la cabeza, buscar casa, fundar una familia, etc., con lo que fuimos víctimas de la subida de precios sin poder beneficiarnos, pues no teníamos nada que vender; peor aún lo tienen los que vienen detrás- me cabrea mucho que me metan en el mismo saco de quienes se aprovecharon con alegría.

Sigo con el libro: pone un énfasis excesivo en la crispación pública (prensa, declaraciones de próceres) y en el teatrillo de abrir las heridas de la Guerra Civil, sin decir una sola vez que a la hora de la verdad PP, PSOE, IU y nacionalistas siempre se pusieron de acuerdo para desactivar tribunales de cuentas, mecanismos de supervisión y demás instituciones que les hubieran podido controlar. Fuera de la caja de resonancia de los medios de comunicación, los españoles no estábamos precisamente insultándonos por las esquinas y sacando las pistolas en plan 1934.

Con este arranque, en pocas páginas tengo ya un nivel de cabreo y tensión arterial notable, poco propenso a aceptar licencias poéticas, y me encuentro con la descripción de su visita a la planta noble de Merrill Lynch en Manhattan, en la que siente cómo vibra el dinero por los acristalados pasillos y las órdenes de compra y venta en las pantallas (supongo que esto último a la vista de las visitas. Ya. En la planta noble). A esto añade una postura de falsa modestia de hombre sencillo al que es fácil engañar: "Creemos que ocupan posiciones tan elevadas de poder porque son muy inteligentes". En este punto ya pienso que en La Página Definitiva fueron demasiado generosos.

 Ávila, agosto de 2007. Siete años después, los edificios de la foto están en su mayoría vacíos, en un barrio fantasma. En aquel tiempo, la mayor parted de las construcciones en la ciudad terminadas tres y cuatro años antes estaban deshabitadas, y así ocurría en toda España, aunque Antonio no se diera cuenta.

Más adelante, Todo lo que era sólido mejora algo, pues cuenta experiencias personales desde su puesto de observación como administrativo en el ayuntamiento de Granada, a principios de los 80. Se deja de generalizaciones insultantes y de falsas modestias y se pone a contar lo que ve: supresión de los mecanismos de control, caciquismo, despilfarro, redes clientelares, exaltación de lo local, sumisión a a la iglesia católica, fastos... Culmina con sus experiencias en Nueva York, testigo como director del Instituto Cervantes de los "eventos" organizados por ciudades y regiones, a cada cual más caro, ridículo y absurdo.

La segunda mitad del libro vuelve a caer en picado, adoptando un tono de sermoneo que recuerda mucho a sus columnas en El País, de las que probablemente provenga buena parte del material (no me voy a poner a comprobarlo, el sufrimiento de uno también tiene sus límites). Es un compendio de recuerdos, no falta el 23-F, y unas bendiciones al 15-M.

Por si todo esto no fuera bastante, queda el capítulo de las omisiones. Coincido con él en que es mucho más culpable el partido "de izquierda", aunque ¿por qué no lo nombra? ¿Por qué no dice que ya desde principios de los 80 el PSOE montó el espectáculo que estamos disfrutando ahora, y que fue corregido y aumentado por los gobiernos sucesivos, cada vez con más gente a robar y pudiendo coger más dinero prestado?
También echo en falta comparaciones con otros países. ¿Acaso no hay opinadores groseros en Estados Unidos, que parece como si sólo hubiera crispación mediática aquí? ¿Por qué Gran Bretaña, Alemania, Francia, etc. no han acabado tan mal? De poco sirven doscientas páginas de sermón si no se señala ningún ejemplo a seguir.

Y, por supuesto, la omisión más flagrante: el reconocimiento de culpa, no como español ciego y tonto, como tú, lector, que no te enteraste de nada, sino como intelectual bendecido por el Sistema, y de qué manera: columna en el periódico oficialista, carguete en Nueva York, universidades de verano, premios y promoción hasta convertirle en uno de los más eximios autores del régimen... No he querido hacer sangre con el concepto "Cultura de la Transición" de la que es un destacado representante, pero es que no hace falta para poner a parir esta cosa que acabo de terminar.

No me gusta meterme con Antonio Muñoz Molina, varias de cuyas novelas he disfrutado y en algún momento releeré, pero esto ha sido excesivo. No puedo saber si es sincero o si se trata de un encargo de su editor para hacer caja gracias a la crisis con un rápido refrito de material de sus columnas en El País, pero el resultado es un baldón para todos los involucrados. ¿No tendría a nadie que le pudiera haber dicho "Antonio, por Dios, no publiques esto, que tus lectores no son tan bobos"? A lo mejor lo son, y, como dicen los americanos, he's laughing all the way to the bank.

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