30 de mayo de 2014

His Steveness

Walter Isaacson
Steve Jobs

Simon & Schuster, 2011
656 páginas

La biografía no es uno de mis géneros favoritos. Sin embargo, esta temporada ya llevo dos, y bien gordas: la de Gregorio Morán sobre Suárez, y ésta sobre el fundador de Apple.

Se trata de un trabajo autorizado por el biografiado, que proporcionó al autor acceso a familia, contactos y material, además de muchas entrevistas. Eso quiere decir que, por un lado, va a ser un trabajo bastante completo, y por el otro, que tenderá a ser elogiosa con el protagonista. En este caso, ambas características se cumplen: es muy minuciosa, y pelota a más no poder, sobre todo en los 15 años finales de la vida de Jobs.

Me puse a leer este libraco (no es para tanto: letra gorda y redacción muy simplona hacen que se pase volando) porque durante un largo viaje en avión quería algo de poco pensar, y porque la historia de los inicios de la informática personal siempre me ha interesado: recomiendo el magnífico documental Thriumph of the Nerds y webs especializadas como folklore.org o Low End Mac (enlazo a uno de los completísimos artículos sobre uno de los patanes que dirigieron Apple tras la expulsión de Jobs). Tengo gran interés en cómo en California la contracultura acabó produciendo la revolución de los ordenadores personales, un raro caso en que las acciones unos pocos individuos apartados de los centros de poder influyeron en las vidas de todos nosotros.

No es casualidad que los enlaces del párrafo anterior estén centrados en la historia del Mac. Mi relación con el cacharro comenzó el día de 1988 en que mis padres se pulieron una buena pasta en esto para que sus retoños se informatizaran; a pesar de sus limitaciones, daba sopas con honda a los PCs de la época. Tras unos cuantos años habitando el Lado Oscuro, sobre todo por culpa de los desorbitados precios de Apple, volví al redil cuando entre Internet, el paso a procesadores Intel y el fantástico Mac OS X hicieron que la compatibilidad con el resto del mundo dejara de ser un problema, y la diferencia de precio con la competencia mucho menos exagerada. En cuanto al resto de cacharros, me encantó el iPod de los tiempos de disco duro y sigo usando uno de sus descendientes, pero no he caído en las redes del iPhone y el iPad me parece decepcionante.

Como puede notar el lector, tengo ciertas referencias para comparar con lo que aparezca en el libro, algo muy útil en los capítulos finales, cuando el tono de alabanza sobrepasa todos los límites de la decencia: todas las mierdas que produce Apple son revolucionarias y fantásticas y maravigliosas, incluso intentos no muy dignos de ponerse al día con la competencia como el iCloud. Lo malo es que si dentro de unos años alguien que no lo ha experimentado personalmente se lee esta biografía, se lo acabará creyendo.

Otro marco de referencia que me interesaba verificar y al que asistí como víctima (estudiante de teleco) fueron las guerras de sistemas operativos de los años 90, cuando la apisonadora Microsoft destrozó a Apple y a IBM, y cómo sólo los esfuerzos combinados del resto de la industria (apoyando Linux y Java en el ámbito profesional, y financiando Mozilla) pudieron evitar que además de la informática personal se cargara también la web. Cerca estuvo.

 Palo Alto, cerca de la casa donde Steve Jobs vivió los últimos años. Marzo 2014.

Para decir algo sobre el libro: encargado y escrito durante los últimos años de vida de Steve Jobs, cuando el hombre veía que el cáncer no le iba a dejar mucho más tiempo, y publicado  poco después de su muerte, era evidente que se iba a convertir en un best-seller. Lo que encontré más interesante fueron los primeros capítulos, sobre todo esos años cruciales de primera juventud en que tras matricularse en la pequeña y carísima universidad de Reed (poniendo en apuros económicos a sus padres adoptivos, que estaban dispuestos a todo para que su Steve pudiera aprovechar su evidente potencial) abandona, encuentra un trabajo en Atari -le mandan al turno de noche porque nadie aguanta su hedor, el hombre está convencido de que al comer sólo fruta no necesita ducharse-, se va de peregrinaje por la India y acaba fundando Apple junto a Steve Wozniak, un verdadero prodigio de la técnica.

Es muy interesante asistir a los bandazos en su vida, a sus increíbles reflejos como empresario en ciernes, su indudable inteligencia, y probablemente algo de suerte. El biógrafo no se calla los conocidos defectos del carácter de Jobs: manipulador, desleal, cruel, despótico, y frecuentemente muy mala persona, de los que pronto se olvidan de los favores para clavar el puñal en la espalda y retorcerlo bien para que duela más; también ese famoso "reality distortion field" ('campo de distorsión de la realidad') con el que lograba convencer a casi todo el mundo, lo que explica que gente de reconocida inteligencia siguiera aguantando a tamaño gilipollas. En su lado positivo, su obsesión por la calidad, sus habilidades de showman y algo que me sorprende mucho para una persona sin formación académica y escasa exposición al mundo de la cultura: su extraordinario buen gusto. La contraposición con el eterno rival -"Bill Gates has no taste" - lo dice todo. Claro que Bill Gates no se empeñó en pulirse el dinero que no tenía en repintar la maquinaria de precisión de la fábrica y cargársela.
La primera mitad del libro, por tanto, me resultó muy amena y la devoré con gusto.

La segunda mitad, a partir de La Segunda Venida de San Jobs (cuando recupera el control de Apple), es infumable. Por un lado, porque es una historia mucho más conocida, y dedica demasiado espacio a chorradas que tuvieron mucha repercusión en la prensa, como el Antennagate. Por el otro, porque el tono hagiográfico sobrepasa todo límite: como apunté más arriba, Apple pare maravilla tras maravilla, Jobs transforma industrias como si nada. Se relaciona con ricos y famosos, y al pobre lector se le castiga con las carantoñas que Jobs hace con mandamases de empresas (Disney, Intel, Time Warner...) y gentes del espectáculo, como Bono. El nivel de detalle es excesivo, por ejemplo las excursiones con sus hijos, y el tratamiento de los poderosos es muy americano: si es rico, es bueno. Si se trata de un CEO desconocido para mí, le doy el beneficio de la duda, aunque mosqueado; pero cuando aparece en danza Rupert Murdoch, poco me faltó para tirar el libro por la ventana. También hay cosas que consiguen el efecto contrario: Jobs dando consejitos a Obama de cómo resolver la educación en dos patadas endosando un iPad a cada niño suena a cuñao arreglando el mundo en plena comida familiar, pero a Isaacson le parecen una prueba más del genio de Jobs.
Eso sí, el prota sigue tan abrasivo y cabroncete como antes, aunque ahora se le perdona todo. Luego llega su triste enfermedad, para la que el autoengaño no funciona y el transplante de hígado (a base de talonario, que el biógrafo trata de justificar en boca de cirujano mercenario, eh, todo legal) llega tarde.

En resumen: entretenida la primera parte, una mierda la segunda. En cuanto al nivel "literario", no aguanta ninguna comparación con la biografía de Suárez. Mientras que Gregorio Morán tiene cierta gracia y variedad de vocabulario, Walter Isaacson es un coñazo, soso y aburrido hasta decir basta. Y no puedo pensar eso de "a lo mejor fue culpa del traductor", pues lo leí en inglés.

4 de mayo de 2014

Adolfo

Gregorio Morán
Adolfo Suárez, ambición y destino.

Debate, 2011
640 páginas


Aus so krummen Holz, als woraus der Mensch gemacht ist, kann kein ganz Gerades gezimmert werden

Immanuel Kant 

Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es un veterano periodista que actualmente escribe para La Vanguardia. Muchas de sus columnas están disponibles en la web de opinión Caffe Reggio. Le descubrí, como tantas otras cosas buenas, a través de La Página Definitiva, y, aunque no estoy de acuerdo con mucho de lo que escribe, como esa profunda animadversión hacia Frau Merkel y Alemania en general, disfruto leyéndole. Aquí tienen ustedes una larga entrevista, con espacio suficiente para hacerse una idea de su agilidad mental y su audacia a la hora de contarnos lo que ocurrió, a diferencia de tanta vaca sagrada del periodismo patrio.

Aunque yo llegué un poco tarde para conocer a Adolfo Suárez en sus buenos tiempos y sí pude ser testigo de la triste etapa del CDS y de su lamentable final, el hecho de haberme criado en Ávila hace seguramente que sea un personaje mucho más presente para mí que para la mayoría de mi generación. El carnaval que prepararon su hijo y la caterva que nos gobierna en torno a su agonía, esas obscenas alabanzas finales pronunciadas con la habitual jeta de cemento armado por quienes en vida hicieron todo lo posible para hundirle, junto con la curiosidad por leer algo más sobre esa Transición que ha parido un sistema político tan corrupto y difícil de reformar, me empujaron a hacerme con una copia digital de Adolfo Suárez, ambición y destino, que para eso cuesta la tercera parte que el tocho de papel. Tenía además muchas ganas de leer algo más que una columna de Gregorio Morán.

El libro está dividido en dos grandes partes y un pequeño epílogo. La primera parte cuenta los años cruciales que transcurren entre la muerte de Franco y el golpe de Estado del 23-F, en que un político desconocido preside la archifamosa y mil veces benedicta Transición. Gregorio Morán es ideal para describir esas maniobras magistrales de don Torcuato Fernández Miranda para aprobar la Ley de Reforma Política y para imponer a un Presidente del Gobierno en teoría fácilmente manipulable, el cual desarrolla cierta voluntad propia y desvía el curso de los acontecimientos. Para el autor ese dogma -tantas veces enunciado en casi todos los medios de comunicación y por casi todos los políticos- de una Transición modélica no existe, y es de agradecer, pues muchos de los resultados se entienden mejor como consecuencias de improvisaciones y decisiones con la vista puesta en el muy corto plazo.

También es muy de agradecer que no se muerda la lengua a la hora de calificar a los personajes que tanta influencia tuvieron en este sistema cojo y corrupto que nos toca aguantar y sostener con el fruto de nuestro trabajo: rey, ex-ministros franquistas, meapilas falaces duchos en aplicar la puñalada en la espalda, líderes de la oposición dispuestos a venderse por nada, militares felones... los casos de Tarradellas y de Leopoldo Calvo Sotelo son buenos ejemplos.

Me puedo imaginar muy bien el cabreo mayúsculo de quienes creían que el Poder era suyo por nacimiento cuando se les coló un advenedizo sólo porque era más listo y más trabajador que ellos. Esa alta burguesía, sobre todo madrileña, que considera de su propiedad el Estado y las grandes corporaciones del capitalismo-BOE, para la que los demás somos súdbitos, y que sigue tan bien representada en los dos partidos mayoritarios. Tardaron poco en arreglar el fallo, haciéndole la vida imposible y capaces de dinamitar el sistema si hacía falta, hasta llegar a un golpe de Estado en el que el papel del rey está cada vez más claro...

 Una encina muy dramática. Ávila, 2014.

La segunda parte es mucho más biográfica: son los años de formación y ascensión del personaje, desde su nacimiento en Cebreros hasta convertirse en un candidato a los más altos puestos del aparato de propaganda del régimen, pasando por una lista interminable de cargos en la bizantina organización del Movimiento Fascista y del MiniTrue (digo, Ministerio de Información y Turismo), saltando de protector en protector.

Suárez aparece como trepa impenitente, muy malo para los estudios (fracasa en las oposiciones, filtro para casi todo en el tardofranquismo, y es totalmente incapaz de aprender idiomas), pero muy hábil para la labor de pico y pala de ganarse la confianza del poderoso de turno. No conoce límites: como ejemplo le tenemos removiendo cielo y tierra para hacerse con un apartamento de veraneo contiguo al del ministro Camilo Alonso Vega.
Es la parte que justifica la cita del principio de esta reseña: cualquiera que la lea no podrá hacerse una idea demasiado elevada del personaje, capaz de todo por medrar, usando amistades y cargos siempre en su beneficio con un descaro monumental.

El contexto dentro de su hábil navegación por entre los cargos del Movimiento es la lucha sorda entre falangistas y Opus Dei, muy bien resumida en esta serie del blog Historias de España. Tanta profusión de nombres, corrientes y anécdotas se hace a ratos un tanto farragosa; aunque ilustran muy bien esa época corrupta y sombria, un poco más de síntesis habría sido de agradecer. De lo que no hay duda es que el lector se puede hacer una idea muy completa de la época y del personaje: algo que por ejemplo yo no sabía es que, a pesar de que el interés de Adolfo Suárez por el dinero era simplemente como medio para lo que de verdad era importante, el Poder con mayúscula, también estuvo envuelto en casos de malversación del dinero de todos.

Finalmente, la tercera parte, tan breve que más bien parece un epílogo, cuenta la travesía del desierto con el partido que Suárez fundó tras ser expulsado de la presidencia del Gobierno, hasta disolverse entre pactos con el enemigo, financiaciones oscuras y amigos de mala reputación. Al igual que la segunda me pareció muy larga, aquí si he echado en falta algo más de extensión, entre otras cosas para poder compararlo con mis recuerdos probablemente fragmentarios e inexactos, pero me he quedado como estaba.

Gregorio Morán no se asusta a la hora de calificar a muchos personajes que pululan por este libro como se merecen: hay muchos felones, farsantes, imbéciles y malasombras que hicieron todo lo posible para que ahora disfrutemos de este sistema político tan caciquil y corrompible. Ahorra calificativos a Suárez, porque como es lógico hay material de sobra para que el lector pueda llegar a sus propias conclusiones. No les aburriré con las mías, aunque digamos que soy de los que piensa que sobran homenajes y falta información veraz sobre el pasado reciente de este país.

He disfrutado leyendo este libro y lo recomiendo sin reservas, aunque en una obra tan larga también hay algunos defectos, que podrían haberse corregido con algo más de trabajo de edición: algo tan periodístico como el uso excesivo de frases hechas (llegó un momento en que empezaba a ganar las apuestas contra mí mismo en plan "verás como ahora suelta lo de segar la hierba bajo los pies") y manías personales, como esa contra los "gallegos ejerciendo de gallegos", que deja de tener gracia a la tercera o cuarta mención.
Y ese pecado original de nacer en una provincia pobre, "ser de provincias", que al parecer no se lava ni con sangre.