26 de agosto de 2012

Franzen, again

Jonathan Franzen
The Corrections (Las correcciones)

Fourth State/Harper Collins, London, 2010
First published in 2001

653 páginas



Me gustó tanto Freedom, que no tardé en hacerme con la otra novela de éxito de Jonathan Franzen, escrita diez años antes y muy alabada por todos. Tardé algo más en leerla: para embarcarme en la lectura y digestión de un tocho tan voluminoso hace falta una motivación consistente, conseguida a base de verlo durante meses en mi diminuta estantería. Una vez empezado, el propio libro se encarga de atrapar al lector en su ritmo y en la peripecia de sus personajes, para que la lectura vaya adquiriendo velocidad y se convierta en una actividad prioritaria durante unas semanas.

Hay muchísimas similitudes entre The Corrections y Freedom: estructura, temática, extensión... se diría que Franzen ha dado con una fórmula con la que él, y su público, se encuentran cómodos. En esta ocasión, también todo gira en torno a la historia de una familia del Medio Oeste, los Lambert. Matrimonio del viejo estilo de los años de vacas gordas del Imperio, él ingeniero en los ferrocarriles, estricto y poco dado a efusiones sentimentales, y ella ama de casa empeñada en hacer de la vida de su familia un tópico continuo. Tienen tres hijos, quienes se largan a la disoluta costa Este no bien tienen oportunidad, siguen carreras muy distintas tanto en contenido como en el éxito alcanzado, pero tienen en común una vida sentimental calificable de desastrosa; la novela no escatima espacio en caracterizarles.

Tokio, marzo 2012

The Corrections, al igual que Freedom, está dividida en largos capítulos, cada uno de ellos centrado en las andanzas de uno de los miembros de la familia Lambert, y siempre utilizando la figura del narrador omnisciente. A pesar de su extensión, cuenta con un ritmo ágil que la hace fácil de leer. El lenguaje, sin ser en exceso preciosista, es lo bastante rico para que el lector sienta que está haciendo un uso juicioso de su tiempo y se pueda deleitar con muchos párrafos; el tono de la narración se adapta a menudo al estado mental de los personajes -confusión, exasperación, derrota... pocas veces euforia o simple alivio-. Un ejemplo: la descripción de una tarde en casa de los Lambert, cuando los niños todavía eran pequeños, y la larga tortura que para uno de ellos supone no comerse las verduras de la cena, mientras los padres mantienen otra batalla de su larga guerra de voluntades y silencios, son unas decenas de páginas casi perfectas

Concluyendo: no sólo no me arrepiento de las horas empleadas en devorar The Corrections, sino que la recomiendo sin reservas. Esperemos que la traducción al español esté a la altura.

4 de agosto de 2012

Hopper

Museo Thyssen-Bornemisza. Del 12 de junio al 16 de septiembre de 2012. Web de la exposición.

Afirmaciones:

  1. Hopper está demasiado visto.
  2. No es cool, todo el mundo conoce al menos un par de cuadros.
  3. Es un tema favorito de columnista de periódico en su día flojo.
  4. Los extorsionantes ¡diez euracos! de la entrada.
  5. El historial delictivo del Thyssen en cuanto a exposiciones-timo muy anunciadas y muy caras, pero que sólo tienen cuatro obras del artista gancho y algo de morralla para hacer bulto (otro ejemplo: la de Rafael en el Prado. Ahórrensela. De nada).

A pesar de todo lo expuesto arriba, recomiendo visitar la exposición. Hay una buena cantidad de obras, entre ellas varias de las más famosas, y nada como estar delante de las pinturas como para apreciar cómo logra transmitir desolación aunque utilice una iluminación tan brillante y horizontal, yo diría que nórdica. La sensación de que el espacio siempre puede a los personajes es brutal, sobre todo en las composiciones del teatro vacío con sólo dos o tres espectadores.

Apartment Houses, 1923. Me encanta el punto de vista elegido para este cuadro, que hace parecer los pisos como jaulas o cajas de zapatos donde se afanan sus habitantes. Como de costumbre, la reproducción no le hace justicia.


En cuanto al salvaje precio de la entrada, qué le vamos a hacer. Sean listos y no compren nada en la tienda (40 euros por un catálogo, vamos hombre, ni que estuviéramos en el año 2006), o mejor aún, hagan como nuestros queridos próceres y róbenlo.