20 de diciembre de 2010

100.000 viles politicastros invaden un libraco amarillo

Raymond Carr
España 1808-2008


Edición revisada y actualizada por Juan Pablo Fusi

Ariel. Barcelona, 2009.

766 páginas.
Según el editor, la primera edición, 'Spain 1808-1975' se publicó en 1969. Según la Wikipedia, en 1982. Creo que tengo bastante claro a quién creer.





La primera vez que leí este libro se llamaba de otra manera,
"España 1808-1975". Se trataba de un libro de texto de la asignatura de Historia Contemporánea de un amigo que estudiaba primero de Periodismo, y, como todo en esta vida es relativo, lo que para él era trabajo para mí era diversión; y no, los ladrillacos de álgebra y cálculo no eran diversión para ninguno de los dos. Recuerdo que me gustó, y que me pareció que trataba de una forma bastante amena la historia de un siglo tan antipático como el XIX en España, en que la decadencia llegó a unos extremos tales, que parece mentira que con tales antecedentes todavía haya vida pluricelular sobre el solar patrio.

Ese recuerdo difuso de un libro gordo, amarillo y clásico para entender la historia contemporánea de Estepaís hizo que, cuando lo descubrí en el escaparate de la papelería de mi barrio, lo compré, a pesar de su precio exagerado y de mi natural propensión al ahorro. Y no sólo lo compré, sino que además de eso, lo leí. He aquí la historia de lo que pasó.


Sir Raymond Carr, nacido en 1919 y aficionado a la caza del zorro, es uno de los hispanistas de más prestigio. Cuando se trata de un país tan polarizado como España, donde parece que todo tiene que estar contaminado por la tendencia política del que te lo cuenta, para materias tan sensibles como la Historia Menos Remota viene bien contar con una voz lo bastante alejada para no tener cuentas personales que saldar, y así estar más cerca de ese ideal imposible, la imparcialidad. Tengo que decir que en eso cumple: trata a todos los personajes con respeto, sin ahorrar críticas, pero sin caer en ataques personales o en insultos. Tanto es así, que yo no sería capaz de deducir sus simpatías políticas de la lectura del libro.

España 1808-2008 comienza, como es de rigor, con una magnífica exposición del contexto económico, social y político al terminar el siglo XVIII. Los primeros capítulos son tan buenos, que antes de llegar a ese 1808 donde se supone que empieza de verdad la cosa, uno está encantado de haber hecho el dispendio. Pero poco dura la alegría en la casa del pobre: más o menos a partir del regreso de Fernando VII (página 110), Raymond Carr se empeña en contarnos, con un nivel de detalle mil veces excesivo, quién es quién en gobiernos, partidos, facciones dentro de éstos, conspiraciones y revoluciones. Mucha gente aparece, desaparece y vuelve a aparecer, durante capítulos agotadores que, para terror del pobre lector, describen con todo lujo de detalles las maniobras políticas de unos y las alianzas de otros, todo con unas consecuencias mínimas, en el mejor de los casos, para la vida de la gente.

De vez en cuando aparece una sección dedicada al análisis de la economía, de los cambios sociales o del modo de vida de los campesinos, de los obreros de la mísera industria o de los burguesitos de ardientes ideas liberales, cuyo ardor se les pasó en cuanto los trabajadores empezaron a decir "esta boca es mía". Los capítulos de análisis hacen recordar el principio del libro y es un placer leerlos, pero son pocos y breves: pronto vuelve la lista interminable de ministrillos, generalotes y demás hideputas, corruptos, cobardes y felones, cuyos nombres, en lugar de olvidarse para siempre, estamos acostumbrados a ver todos los días en el callejero de ciudades como Madrid, ay qué pena madre. Están por todas partes.

Pure Steampunk. Museo del Ferrocarril, Madrid, 2009

Y así seguimos hasta casi el último cuarto del libro, pues se trata ante todo de una historia del siglo XIX, en que llega la dictadura de Primo de Rivera y ahí parece que se acelera un tanto la cosa, quizá porque los personajes ya suenan un poco más, quizá porque al tomar esta historia tintes tan trágicos, el lector siente más interés que por la composición de los gabinetes de Isabel II. Es desolador, de todas formas, que un periodo tan largo como el franquismo lo ventile en 50 páginas, desperdiciándolas además en lo de siempre: ministros, generales, "familias" (falangistas, criptomonárquicos, monárquicos crípticos, democratacristianos, cristianodemócratas, opusinos, etc), dedicando bien pocas palabras a los increíbles cambios económicos y sociales que tuvieron lugar mientras tanto. Una pena.

Esta edición, a diferencia de la original, que como he dicho termina en 1975, tiene un epílogo que cubre los años de la democracia, escrito por el historiador Juan Pablo Fusi, que tampoco me ha gustado nada. Está lleno de enumeraciones, párrafos eternos donde suelta listas de intelectuales, de obras literarias, de políticos, de porcentajes de PIB, fastos, faraonadas, porcentajes de ocupación, leyes, libros de historia... paso la página, y me encuentro una lista más, y otra, así hasta que, con una última enumeración de cifras, deduce que ha llegado 2008, el país ha entrado en una crisis económica del copón (¿después de leer 700 páginas de penurias? ¿no puede poner nada en su contexto, este hombre?) y se acabó. A mi juicio, lo peor de un libro con demasiados fallos.

En resumen: tenía grandes esperanzas, que se han convertido en una decepción notable. A pesar de ser un libro de referencia y lo que quieran, recomiendo optar por autores que sigan otro orden de prioridades, como mi siempre favorito Eric Hobsbawm.

12 de diciembre de 2010

Barcelona frente a Madrid

En estos días hay en Madrid dos exposiciones de fotografía muy similares: fotógrafo prominente, temática -prensa, retratos de grupo, efemérides-, la época (principios del siglo XX), imágenes de gran calidad técnica (y copias de gran formato positivadas para las exposiciones, algo muy de agradecer) procedentes de los respectivos archivos regionales. En ambas podemos ver ejemplares del ABC, de cuando era un "Diario republicano de izquierdas". Qué cosas.

Si ignoramos cierto desfase temporal (el fotógrafo barcelonés nació en 1879, el madrileño en 1903), la mayor diferencia está en la ciudad donde trabajó cada uno de ellos, las dos grandes rivales en importancia dentro de nuestro país. Dado que las exposiciones están a cinco minutos a pie, es un magnífico plan para dedicarle unas horas de invierno, huyendo del tormento acústico prenavideño.

Brangulí.

Fundación Telefónica. Del 12 de noviembre de 2010 al 30 de enero de 2011.
Web de la exposición.


Nada más entrar, lo primero que verá el visitante son unas imágenes de gran formato de la Semana Trágica: iglesias quemadas, una barricada de obreros vestidos con blusón con niños por todas partes. Momias desenterradas, apoyadas contra una pared a la entrada de la iglesia. Brutal lección de historia de España.


Más adelante, la cosa se calma un poco. Además de fotoperiodista, Brangulí fue un fotógrafo documentalista, es decir, que se ocupaba de preparar reportajes y series fotográficas sobre la vida en Cataluña, algunas destinadas a la venta como las estructuras industriales de principios de siglo XX, orgullo de su propietario, o los abundantísimos bodegones de una feria de muestras; otras más probablemente eran un medio de expresión artística, como las escenas callejeras de una Barcelona que ya no existe. En las escenas más elegantes, los edificios nos recuerdan que se trata de la época dorada de Barcelona, de Gaudí y de
la ciudad de los prodigios.

Las estructuras de hormigón armado y acero, contrastan con las calles del barrio gótico; la miseria y la mugre en los talleres de costura, con las fábricas textiles donde casi no se ven los obreros entre cientos de telares y las arcaicas formas de distribución de energía a base de correas y poleas de cuero. Los orgullosos industriales mostrando sus productos recuerdan una época más inocente, antes del marketing y la mentira total.

Tras ver al abad de Montserrat bendiciendo un tren, sorprende luego encontrarse con las barracas del Somorrostro y sus pintorescos habitantes. Brangulí también acudía a las fiestas populares, donde encontré mi foto favorita: la Fiesta del Pez, en Manresa. Me encanta la composición, ayudándose del reguero para encontrar un orden entre toda esa multitud.


La exposición que han montado en Telefónica es enorme; tanto, que aun pasando de largo ante la inevitable serie de sucesos políticos, todavía hay material para un par de horas de contemplación. La calidad de las fotografías es magnífica; tanto, que además de la zambullida en el pasado, la retina del visitante se llevará una serie de imágenes de gran carga estética.



Josep Brangulí (1879-1945).
Fábrica de productos Ramón Graupera y Garrigó. Barcelona, 1915-1920




El Madrid de Santos Yubero.

Sala Alcalá 31. Del 23 de octubre de 2010 al 16 de enero de 2011.
Web de la exposición.


Al día siguiente, sustituí una Barcelona en su apogeo económico y cultural por la capital del estado opresor, reflejo de un país que, incluso en los años de mayor esperanza, no era como para presumir. Más aún si, como es el caso de esta exposición, nos centramos en la vida pública: actos políticos, desfiles, inauguraciones, retratos de próceres, también de toreros y faranduleras -eso de ver a Celia Gámez y, acto seguido, a Manolete me hace recordar
la canción de La Mandrágora-.

Quitando algunas fotos realmente espectaculares, que demuestran el arte del fotógrafo, como las masas de gente en los mítines o en el sorteo de los quintos, la mayor parte me parecieron un tanto aburridas, aplicando los esquemas que aparecen en el periódico todos los días. Probablemente, el fotógrafo tampoco podía sacar mucho más.


Personalmente, me quedo con las pocas imágenes que podríamos llamar de
"vida cotidiana": los niños desfilando, el mercadillo de Mesón de Paredes y, mi favorita, la del hombre que empuja un carro bajo el aguacero inmisericorde. Las más terribles, las de la posguerra: mucho brazo en alto, desfiles y banderas nazis, pero también hombros caídos de derrota en el comedor de Auxilio Social, o la anciana vestida de negro, condecorada con la Cruz de Hierro pero que seguramente habría preferido que su hijo hubiera vuelto con vida.

Y la foto más desasosegante de todas: una serie de danzantes de San Blas, disfrazados con extraños pijamas y mitras de obispo, en mitad de una celebración falangista: cuerpos desproporcionados por la desnutrición, rostros contraídos en unas muecas horribles, puro material salido de los grabados más delirantes de Goya.


Martín Santos Yubero (1903-1994).